jueves, 4 de agosto de 2011

Medianoche entre extraños - Capítulo 6º (2º Parte)


Si la entrada os parece rara no temáis esto es una prueba, y si os parece bien las entradas donde vaya a ir la historia serán publicadas con un leer más, para no cargar mucho el blog de letras y que se pueda leer tranquilamente.
Espero veros en mis comentarios decidiendo si os gusta este cambio o no, que al fin y al cabo sois vosotros los que leéis en Internet y entre más fácil os hago la tarea mejor. ^^
Sobre la historia espero vuestras opiniones (sean buenas o no tanto), que este capítulo es uno de mis preferidos y ojalá también el vuestro.
Ahora sí, el capítulo sexto desde la parte en la que lo dejé en la primera entrega. 



  Medianoche 6º Noche de Brujas (Parte 2º)




Bill hizo un gesto con los labios a modo de que me estaba retrazando y comenzó a agitar el pie cruzándose de brazos.  Sólo de pensar que debía enfrentarme a Andreas vestida con ropas de andar por casa me resultaba enormemente vergonzoso, por suerte, me enseñaron a desconfiar, y la amplia camisa color melocotón que llevaba puesta era un vestido y sólo tendría que llegar al baño para poder quitarme este dichoso pantalón azul chillón.
Gustav y Robbie se adelantaron y yo les seguí intentando ocultarme tras sus esbeltas siluetas, Bill me dirigió una mirada desde las escaleras del porche y jalando de él hacia el interior, procurando huir de la vista del otro muchacho, nos metimos en la casa e intenté ocultarnos entre la gente disfrazada de cualquier cosa con tal de beber sin control y moverse al ritmo de LMFAO y su
Party Rock Anthen. Le arrastré hacia el otro lado del recibidor junto a la escalera donde una pareja se besaba en la oscuridad.
– ¿En serio es esto lo que pretendías? –, inquirí incrédula. Sabía que lo entendería sin tener que hacer ninguna mención en concreto, a pesar de estar rodeada de borrachos en Halloween y pasar totalmente desapercibida entre las conejitas playboy y un chico vestido de gorila, no quería mencionar nada de la escuela.
– O por supuesto,  sabía que no vendrías si te lo pedía amablemente, y quitar al señor Moore fue lo mejor que hemos hecho. Por cierto, tiene un esguince en la pierna, no quise hacerle mucho daño, sé que es humano.
Una masa de pensamientos vino a mi mente como una gran ola echándose sobre una pequeña roca. Y sólo pude quedarme con el primero de ellos; y es que aún cabía la posibilidad de que mi tía fuese humana, y no tener que enfrentarme a una incomoda situación en la que la pregunta ¿qué eres? cobrase un sentido aterrador.  Ese hemos, me hizo pensar primeramente en mí y luego en su hermano, quien nos observaba desde el marco de la puerta bebiendo Smirnoff en aquel momento.    Ya casi no podía respirar y mi mente se centró en la mirada lúcida de Bill, parecía no tener intención de torturarme.  Me apoyé en la barandilla de la escalera y decidí que ir al lavabo era mejor que desmayarme aquí.
     Sentada en el suelo del baño, con la vista fija en la puerta que no paraba de ser golpeada desde fuera, me levanté y echando un último vistazo al espejo salí a dejar la chaqueta de cuero que cubría mis hombros en el armario. Robbie había desaparecido, pero un Gustav tras la multitud de gente que se había acumulado para usar el servicio, me miraba devorando una manzana. Le dejé abandonado en la planta de abajo y no pude evitar sentirme terriblemente culpable dado que le había hecho salir por mí. Bajé junto a él las escaleras donde el ruido y la música se intensificaban a cada paso. Tras mirarme furtivamente, se dirigió al salón donde le vi sentarse en un sofá y seguir comiendo manzanas, no pude evitar sonreír mientras le negaba con la cabeza.  Dejé la chaqueta en el armario dispuesta a encontrar a Bill, no me creía que lo único que pretendiese fuese sacarme de la residencia, y ante la duda le busque con la mirada entre la multitud. Decidí que el salón estaba demasiado lleno como para intentar buscarle, Bill era alto y si aún no había visto su cabellera negra entre la gente significaba que debía buscar en otro lugar, asomé  la cabeza por el marco de la puerta y admiré la calle a las nueve y media de la noche con los pequeños aún recorriendo las calles en busca de caramelos y a Andreas inmóvil apoyado sobre la barandilla vacilé en si debía acercarme a él, ahora podían presentarme a cualquiera que yo estaba vestida decentemente. Sin esos horribles pantalones el vestido y las botas lucían mejor y aunque derrotada al haber hecho caso a Bill no haría el retículo.  Retrocedí al recordar que debía buscar a ese idiota antes de que me arrepintiese y en el comedor justo en el otro lado de la casa les vi a él y a su hermano mirar con los ojos bañados en un naranja  intenso  a una chica de cabellos oscuros como el carbón: les hablaba gesticulando una barbaridad elevando los brazos como si quisiese volar, y tuve que ir a por ellos antes de que corriese la sangre.
- ¡Bill, Tom! –, exclamé alegremente dejando a la chica punk callada –. ¿Quién de los dos baila conmigo?
Sus ojos seguían clavados en la chica que indiferente me miraba esperando a que me marchara para seguir su conversación. Volví a hablar esperando que me escuchasen y esta vez resultó efectivo, jalé de ambos apartándoles de la chica la cual tardó unos segundos en irse tras dirigirme una mirada de asombro y un poco de indignación. Los alejé hasta llegar al marco de la puerta que separaba la cocina del porche lateral que daba a una atmósfera más relajada y silenciosa, pero opté por detenerme ahí al darme cuenta de que les estaba cogiendo de la mano a los dos. Soltándoles inmediatamente me giré para admirar el color café de las pupilas de Bill, era obvio que mirar a Tom es estúpido, sus ojos no variarían nunca.
– No me puedo creer lo que ha dicho –, dijo Bill girándose levemente hasta quedarse frente a su hermano que asentía con los ojos entronados –. ¡Nuestros colmillos no parecen falsos! Odio a los humanos.
– Deberíamos matarlos a todos –, musitó Tom apoyándose en la puerta. Me sentía como si fuese invisible al estar escuchando una conversación que ni me interesaba, pero cuando quise darme cuenta su mirada se había posado en la mía y supe que debía andar hacia Andreas, el cual desde el fondo de la cocina se había fijado en mí. Dí el primer paso interponiéndome entre los dos chicos aún quejándose de las palabras de la chica punk que ahora estaría atosigando a otro. Él ahuecándose el fleco con delicadeza anduvo en mi dirección a paso lento mientras sorteaba la gente. Los gemelos no me detuvieron y caminando con una sonrisilla ansiosa me detuve al ver que giraba la cabeza en otra dirección y tras dirigirme una mirada un tanto confusa se dio la vuelta y desapareció entre la multitud.   Seguí caminando en busca de Robbie, le había  perdido totalmente de vista una vez que entró en la casa. Decidir ir directamente al salón donde intuí que estaría, de todas formas Gustav probablemente seguiría ahí y ver si se estaba divirtiendo me importaba de igual forma, tal vez junto a él podría hacer que mis labios hiciesen un amago de sonreír, aunque lo dudaba sabiendo que aquellos dos estaban rondando cerca de mí. El salón era la segunda parte de la pequeña casa que concentraba  la mayor cantidad de gente y ahí en una esquina encontré a un Robbie adormilado viendo pasar la gente. Gustav seguía sentado en la misma posición; con ambos pies cruzados sobre el sillón, pero en su mano no residía una manzana como era costumbre y hasta me extrañé al verlo llevárselo a la boca y poner cara de disgusto al tragarlo. Sentándome en el reposabrazos del amplio sillón tomé la copa que había dejado con asco en la pequeña mesilla repleta de vasos y al olerlo sonreí al identificar el olor a manzana de la bebida.
– Dicen que sabe a manzana pero es ruin como el vinagre –, se quejó aún  intentando quitarse el sabor del alcohol de los labios. Reí al verle y me acomodé lo que pude en el sillón. Noté una presencia extraña a mis espaldas y me giré inmediatamente sobresaltada, él lo notó y dirigió la vista a una chica de tez morena que observaba a alguien de la habitación. Sus orejas felinas del mismo tono naranja que el de Robbie se hacían notar sin ninguna preocupación en lo alto de su cabeza adornando su bonito pelo negro que caía en ondas por su espalda. Hizo un gesto con sus carnosos labios rojos que se pudo confundir con una sonrisa amarga, e intenté ver que miraba esa chica envuelta en negro y dorado, fue tal confusión al encontrar a Robbie con los ojos como faroles que tuve que esperar a verlo realmente para darme cuenta de que sus ojos se dirigían a los del chico. Sonreí picaronamente y Gustav, comiendo una de sus manzanas observaba el suelo con aburrimiento.
– ¿Quién es ella? , pregunté consiente de su antigüedad en Wilmington. Tardó en elevar la mirada y me respondió su nombre engullendo la manzana como una serpiente devoraría un antílope. Brigitte desapareció de la habitación y dejé de sentir esa presencia tan extraña y perturbadora, no me había fijado hasta ese momento cómo la habitación se había ido vaciando hasta quedarse en sólo ocho personas, y me sentí  incomoda al saber que el único chico era él, y los nervios aumentaron  al verle morder delicadamente una de las manzana que antes se encontraban sobre el frutero de cristal el cual había secuestrado de la cocina.  Busqué con la mirada algo para distraerme y lo encontré en las figuritas de porcelana de una vitrina de cristal que residía encima de la televisión de plasma, nunca sentí afán por esas figuras, pero interesarme por algo era mejor que encontrarme vagando por mi mente y llegar a malas conclusiones que no harían de mí sino ponerme extremadamente nerviosa y hacer que mis sienes explotaran.
Salí en busca de aire, en esos momentos el ambiente estaba tan cargado del aroma de tantos tipos de licores y cervezas, que estaba por emborracharme con tan sólo olerlos.
El pasillo era semejante a estar en horas de clase en medio de la cafetería tras cinco minutos de haber escuchado el timbre y luego la cocina era aún peor entre la muchedumbre y el alcohol y refrescos que cubrían el suelo pegajoso. Me decanté por el porche al que se accedía por la cocina, lugar donde por última vez vi a los Kaulitz hablar de sus colmillos y supuse que estarían por ahí haciendo Dios sabe qué. Andreas había desaparecido de mi vista y creo que… ¿huyó de mí? Fue bastante raro porque una media hora atrás estaba andando en dirección contraria hacia él y éste simplemente retrocedió haciéndose el loco. A mi alrededor todo era carcajadas y baile y me preocupé de la hora que era; las once y un minuto. Paré en seco y busqué con la mirada a uno de esos dos, porque nadie se atrevería a ir por la noche a solas con Gustav por un bosque, creo que no lo haría ni a las dos de la tarde cuando el sol es más fuerte y brilla con mayor intensidad.
Esa presencia extraña volvió, haciéndome sentir oprimida como lo haría un niño pequeño intentando que un animal no escapases de sus manos. Miré a mí alrededor buscando desesperadamente a Robbie, el cual había desaparecido junto a la chica. Dejé de dar vueltas como una idiota al ver a Andreas ante mí y arqueé una ceja al verle.
– ¡Tú! –, dije algo molesta. Él hizo un amago de sonreír, supongo que no esperaba esa respuesta al verle, volvió a peinar sus cabellos con su mano y balbuceó algo que no alcancé a oír. 
– ¿Qué tal? –, preguntó intentando llevar la “conversación”  por un camino mejor. Respondí a regañadientes aún sintiendo un malestar interno semejante a un mareo.
– Bien –, respondí intentado encontrar a uno de los gemelos en aquella sala. Me observaba con ojos de cachorro y solo pude admirarle con incertidumbre.
– Bueno Andreas –, comencé a decir mirando sus pupilas que parecían suplicarme perdón –, no te comprendo –, dije.
– ¿No comprendes el qué? –, habló sorprendido bajando levemente la cabeza. Seguí observándole con sorpresa y decidí preguntar sin importarme mucho cómo se lo tomase.
– Andreas –, comencé a decir sin aún mirarle a la cara directamente, sino visualizaba su alrededor buscando a uno de esos dos. Pero mis ojos se abrieron desmesuradamente al ver algo que no pude imaginar ni en una pesadilla, sentí mi corazón saltar en mi pecho igual que un potro alocado; su mirada estaba fija en la mía y notaba la rabia que me tenía aún estando a varios metros. Pero bajo esa rabia había cansancio, sus ojeras oscuras decoraban sus ojos como un marco a un cuadro, al principio no fui consciente de ello sólo vi su persona en una esquina de la fiesta observarme con malicia, pero la enfermedad que tenía le había dejado el rostro pálido al igual que su cabello dorado, el cual antes brillaba con vida ahora sólo quedaban sus mechones lacios enfatizando  lo débil que se encontraba.
Aferrándome a la muñeca de Andreas tiré de él como si tuviese que salvarle cuando a quien debían proteger era a mí y le llevé hacia el porche, me miró con cara de desconcierto y yo sólo la miré quieta en el otro extremo.
– Gracias por acompañarme –, dije estúpidamente separándome de él. Fue lo único que se me ocurrió y creo que lo más estúpido que he dicho y hecho, porque justamente luego me alejé en dirección a un Bill admirando el paisaje nocturno. Supuse que se habría ido en el momento en el que me coloqué al lado de éste y pensé en hasta qué punto había destrozado la poca relación que tenía con Andreas.
– Lo llevas mal si quieres a Andreas –, preguntó mirándome de reojo –. Me gusta tu vestido, pero te hubieran quedado mejor unos tacones negros con la punta al descubierto.
Observé la luz de la luna dibujar los bordes de la casa de en frente, parecían haber sido coloreados a propósito por un pintor, pero la fascinación que me producía ver el paisaje no restó el continuo temor que me perturbaba. Le miré a él, quién se había puesto en mi dirección y parecía sonreír. No me sentía segura a su lado, pero el pacto aún seguía vigente y esto me daba una pequeña garantía y a su vez un tanto de seguridad.
– Estoy cansada –, mencioné esperando que me acompañase a la residencia.
– ¡Qué poco aguante!, para una vez que te saco del instituto.
Escuché poco de lo que dijo, mi vista se había concentrado en el porche vacío, el cual a su vez también era una especie de basurero.
– ¡Yo no te pedí venir aquí! –, me quejé elevando notablemente el tono de voz. Se alejó de mí en dirección a la puerta.
– ¡Eh! –, dije antes de que se marcharse –, ¿qué pretendías al traerme aquí? –, hablé en un tono más suave y algo más amable en comparación con el que antes usaba. Se apoyó en la puerta que acababa de cerrar, no sabía lo que vendría después pero me encontraba cohibida por el miedo que me producía esa sonrisa siniestra y esos ojos que ahora se tornaban perversos.
– Nada –, habló poniéndome los pelos de punta. No le creí, mentía y lo sabíamos perfectamente, no podía haberme traído aquí sin ningún motivo y menos como forma de cerrar el trato.
– Mientes –, susurré aún bajo esos ojos color café que me seguían en cualquier leve oscilación que diera mi cuerpo a causa del temor que éste me producía.
– Yo nunca miento – sonrió –, solo digo medias verdades.
Caminé despacio hacia él, con la mente totalmente puesta en dos personas, él y ella. Esos dos habían hecho un asco mi vida y si tuve la ilusión de que hoy me tratase bien, con esa última frase había roto cualquier esperanza que pudiese existir. No quise decir nada más acerca del tema, aunque en mi mente seguía haciéndome un millar de cuestiones que morían en la punta de mi lengua al nunca decidirse a tomar forma fónica. Y entonces, tuve que decírselo, porque ambas me estaban rasgando el alma como unas uñas en la pizarra.
– Ariza –, comencé a decir en un hilo de voz –, ha vuelto.
Él me miró sin saber como responder, notando que no le importaba lo dicho por mí.
– ¿Y? –, preguntó sin más sentándose en un pequeño sofá de estampado floreado a la izquierda de la puerta. Me indicó que me sentase. Bueno, no lo hizo, pero dejó un hueco libre a su lado que intuí que sería para mí.
– Ya entiendo, no recordaba lo tuyo con Ariza. ¿Pero se puede saber que le has hecho?
Le miré boquiabierta, pensando que estaría de broma. Era obvio que no había hecho absolutamente nada para perturbar a esa maldita rubia presumida, debería ser yo quien quisiera venganza por su bromita de bienvenida.
– ¡No he hecho nada! –, me quejé –, es ella quien la ha tomado conmigo.
– Conozco a esa chica, no es mala persona –, dijo él. Yo no supe con qué sorprenderme; primero, si con el hecho de que las dos peores personas del mundo se conocieran o que la defendiese y catalogase como ángel.
– Seguimos con el trato hecho y en el caso de que te pida ayuda lo harás y si conlleva quitarla de en medio durante un tiempo lo tendrías que hacer.
Entornó los ojos y meditó durante un tiempo el cual se me hizo eterno. Los minutos avanzaban hacia las y media, y junto a ello tener a unos amigos preocupados.
– Tienes razón, pero a qué precio.
No le tomé mucha importancia y contesté con: “si esta noche salgo viva de aquí, me vale” lo dio por zanjado y éste marchó  fuera donde la chica punk volvía a acosar a un Tom que estaba en sus límites entre matarla o matarla. Cerró la puerta, la cual hizo un golpe seco al cerrarse.     Me recosté en el sofá floreado y miré el techo de madera desconchada que estaría por caerse algún día. El ruido había ido a menor a medida  que los minutos pasaban, pero no me atrevía a moverme del sillón aún sabiendo que mi mejor opción era Gustav, quien estaría aburriéndose en aquel sofá y ya casi sin manzanas rojas. Me preguntaba si comería alguna otra fruta. Los bostezos se intensificaban y la pereza creció al decidirme entre irme ya o no, miré mi móvil libre de mensajes y llamadas perdidas, no sabía porqué debía irme antes de las doce, ni que fuese cenicienta, y mandé un mensaje a Georg por pereza al levantarme del sofá y tener que caminar durante media hora.
“Llegaré a las doce” y se lo envié esperando que me llamase quejándose. Me atreví a mirar el interior de la casa a través del cristal recubierto por una fina capa de polvo, la sala seguía llena de gente y ella no estaba. ¡Qué bien! Tendré que volver a ser participe en ese horrendo trato por media hora más de fiesta que pasaría sola y aturdida por saber que ella estaba deambulando tranquilamente por la casa.  Corrí las cortinas de punto blanco dejando un pequeño hueco vertical en el centro para poder mirar si alguien venía, retorné al sofá y me volví a acomodar en dirección a la casita de al lado. Merecía ser pintado. Y sacando mi móvil, aún sin señales de Georg y Jannette, fotografíe el edificio que plasmaría la próxima vez que hiciéramos en artístico un lienzo libre. Recostada en el sofá, miré por última vez la puerta cerrada  y el porche vació antes de quedarme profundamente dormida.



Me desperté sobresaltada  y miré mí alrededor con los ojos aún adoloridos por la repentina claridad de la lámpara que pendía del techo. Intenté sentarme en el sillón y mis manos fueron velozmente hacia mi cabello revuelto, observé alelada la puerta cerrada tal y como la había dejado, y la idea de haberme dormido en una fiesta me hizo sentir patética al ver que mi cansancio había llegado hasta tal limite, y sólo pude sonrojarme avergonzada. Me puse en pie apreciando aquel mareo al subir tan rápido y puse mi mano rápidamente en el reposabrazos del sofá, tuve que parpadear varias veces para dejar de ver esas luces blancas confundible con focos apuntando a mi cara. Cuando por fin pude dar dos pasos sin oscilar como si hiciese equilibrio por una barra metálica, anduve hacia la puerta de cristal cerrada y admiré una parte de mi reflejo por  el hueco de las cortinas, decidí terminar de abrirla y mirar el interior de la casa que para mi sorpresa estaba a oscuras. Observé mi reloj de muñeca  temiendo estar cruzando la madrugada, pero no había pasado más de dos horas y la fiesta parecía haber tenido su fin como mucho a las una. Observé la pantalla de mi móvil y con pena observé la desesperación de mis amigos por contactar conmigo. Y decidí contactar con ellos lo antes posible para garantizarles que me encontraba bien.
– ¡Georg! –, dije al escuchar su voz cansada al otro lado de la línea.
– ¿¡Dónde estás!? –, preguntó sobresaltado dejándome sin tímpano. Intenté abrir la puerta, pero se encontraba cerrada, mi corazón se detuvo hasta el instante en que miré la poca altura entre el porche y el suelo y respondiendo a mi amigo elevé la pierna pasándola por la barandilla de madera.
– Hemos pasado por esa casa y no parecía dar señales de una fiesta –, habló él. Terminé de pasar mi otra pierna y salté al suelo apoyándome en mi mano libre de móvil para evitar no hacerme daño.
– Pues yo estoy dentro, bueno ahora fuera, pero no entiendo porqué nadie me despertó. 
Me respondió con una risilla divertida que sirvió de adorno a mi paseo hacia la parte frontal de la casa. Admiré la fachada con aún restos de confeti, guirnaldas y por supuesto esas calabazas naranjas que aún contenían el cálido espíritu de Halloween oscilando dentro de ellas.   Miré la calle desierta dónde aún podía escuchar el eco de la música de hacía una hora retumbar por las fachadas de las casitas.
– Iré a buscarte, pero voy a tardar, estamos casi en el centro  –. Dijo antes de colgar. Me senté en el primer escalón del porche con la esperanza de que no tardasen mucho ya que las calles estaban tan desiertas como heladas y mi chaquete se habían quedado en el armario de la casa. Me giré inmediatamente hacia la puerta, la chaqueta era lo de menos, mi bolso estaba junto a él y dentro parte de mi vida. Me puse en pie y subí los peldaños rápidamente, la puerta estaba aparentemente cerrada, pero no supe si era mejor pedirle entrar al propietario de dicha vivienda entrar ahora, o volver otro día a por ella.  No tuve que meditar mucho, pues no iba a dejar mi Ipod Touch en esa casa ni loca y toqué la puerta dos veces con la esperanza de que no se enfadaran y me echasen  del porche a gritos.
La puerta no se abrió y me decanté por asomarme por la ventana esperando ver algo. Tras las cortinas pude ver luz, una luz semejante a la de una linterna, era tan escasa que pensé en la posibilidad de que fuese el reflejo de las farolas de la calle. Pegué el oído al cristal, ya que las cortinas me nublaban todo mi campo de vista y un leve murmullo llegó a mí haciéndome volver a la puerta y tocar hasta que alguien me abriese. Podía haberme pasado toda la noche ante la puerta que nadie me dejaría recuperar mi bolso, y ya mis nudillos dolían.
Toqué el timbre por última vez, me negaba a usarlo porque la teoría de que en la cocina habían alguien aún rondaba por mi cabeza y ya entre el sueño y las ganas de volver a casa  me dejaron sin esperanza de recuperarlo esta noche. La puerta se abrió de repente espabilándome repentinamente, y en mi cabeza la frase que iba a decirle a quien estuviese detrás se eliminó dejándome atrozmente nerviosa y sin nada que decir.  Sus pupilas estaban hermosamente dilatadas dejándome ver el color olivo más brillante que nunca en su mirada, pero no fueron sólo sus pupilas, sus ojos habían pasado de estar prácticamente cerrados a confundirle con un búho. No le esperaba a él, más bien, sería la última persona en la cual pensaría  ahora mismo, y la imagen de Bill y Tom cruzó mi mente desesperándome por entrar y salir rápidamente.
– ¡Selene! –, gritó Robbie dejándome anonadada con su voz –, ¿qué haces aquí?
Me dejó entrar y cerró la puerta despreocupándose totalmente del fuerte ruido que hacía.
– Voy a buscar mi bolso, pero, ¿qué haces tú aquí solo? –, dije mirándole aún sorprendida. Una voz femenina sonó desde la cocina y Brigitte salió sonriente, dándome toda explicación a porqué estaba aquí, y me indicó que subiese el volumen. Lo noté al entrar, la música de
Miami Bitch de LMFAO sonaba por lo bajo y aunque demasiado atontada con verles a ellos juntos no me percaté realmente hasta que lo dijo. Me dirigí al armario y me coloqué la cazadora de cuero ante el espejo adherido tras la puerta y luego tomé mi bolso para comprobar si estaba todo dentro. Pregunté temerosa lo que ella me había ordenado y asomando su cabeza por la puerta me indicó el salón con su mano cubierta por su traje negro y dorado. El salón estaba a escasos pasos y los crucé intranquila pues la luz no se encontraba presente y mis pasos en la oscuridad se multiplicaron con el chirrido del parqué. Encontré la luz del pasillo y al verlo vacío no pude reconocer la propia sala hasta no distinguir el cuadro que adornaba la pared lateral al armario.  Anduve hacia la puerta del salón y entre las carcajadas de ambos no pude evitar sonreír divertida ante la idea del dicho: “todos los gatos en la noche son pardos”  Retrocedí para verles aún sabiendo que tenían primero que cumplir con el favor pedido por la chica, pero no pude resistirme y quise admirarles juntos. Asomé la cabeza y les vi en el suelo, sentados tranquilamente hablando en susurros y riéndose cada dos frases, acompañando de vez en cuando con… ¿leche? Admiré el contenido blanco y líquido dentro del vaso transparente, cada uno sorbía a cada rato y los botes de leche se amontonaban en la encimera. No supe cuantos eran, pero admiré unos tres botes vacíos y dos llenos esperando ser consumidos. Me alejé lentamente, sorprendida y extrañada al mismo tiempo, y directamente fui a hacer lo que me pidieron antes de la llegada de Georg y Jannette. Coloqué mi mano en el picaporte y aprecié el sonido de la música más nítidamente, miré a mí alrededor por darme el placer de no ver a nadie más y saber que estaba segura, creo. Cogí aire fuertemente y girando lentamente el pomo escuché un murmullo desde las oscuras escaleras, me alejé de la puerta e intenté  ver en la penumbra alguna figura. La sangre se me heló al ver algo negro moviéndose hacia la planta de arriba y pensé en Bill, pensándolo bien si estaba Robbie ¿porqué no Bill? ¿Y los dueños de la casa dónde se encontrarán ahora para no habernos echado a todos de ésta casa?
– ¡Selene la música! –, gritó Robbie. Giré la cabeza hacia atrás y resoplando cansada de éste absurdo día medité unos segundos antes de abrirla.
– ¡Selene! –, escuché nuevamente,
– ¡Voy! –, grité molesta –. Ya podríais ir vosotros.
Sus risas sonaron y sin prestarle más atención e intentando restar todo el temor y la incertidumbre abrí la puerta.  El olor a sangre fue asqueroso haciendo que las nauseas acompañadas de un leve mareo terminasen por echarme.
– Robbie –, farfullé intentado ver que había dentro. No me atrevía a entrar, ese hedor se esparció por la habitación de tal manera que era imposible caminar dentro de esa habitación sin vomitar. Cogí aire y me tapé la nariz con la mano; concentré mi mirada en la oscuridad de la sala, era desesperante, la luz era incapaz de sobrepasar unos veinte centímetros, parecía que el olor expulsase la luz, y me negaba a entrar y ver que había pasado. “¡Tom!” –, pensé. Y la chica punk apareció muerta en mi mente con el cuello rasgado y la sangre fluyendo de ella como un pequeño arroyo entre unas rocas, pero nada me dio más miedo que él, pude ver tan claramente sus ojos granate en mi mente que juraría estar viéndole ahora mismo, con su rostro tan inexpresivo como una hoja muerta.
Tragué saliva aún provocada, y me aventuré a dar un pequeño paso, pero al instante retrocedí incapaz de moverme, no quería hacer nada salvo mirar la oscuridad.
– Tom –, soltaron mis labios, porque yo nunca me hubiese atrevido a decir su nombre en voz alta y menos sabiendo que estaba cerca de mí en una situación en la cual yo iba a salir verdaderamente mal. 
– Selene –, se escuchó desde la oscuridad. Mi corazón se aceleró y mis ojos se bañaron en lágrimas. ¡Era él! Y ahora me tocaba a mí, podía notar el olor todavía, y vi como la negrura se movía ante mis ojos. Me miraba, quería más, estaba sediento y yo me había puesto en expuesto antes él con la garganta al descubierto.  Mi mirada huyó a las risas inocentes de Robbie y la chica morena, los cuales abstraídos del mundo como en una pequeña burbuja de cristal serían testigos de mi fin sin poder hacer nada.
– ¡Selene! –, volvió a repetir al mismo tiempo que mis ojos no soportaron contener tantas emociones  y estallaron en un sollozo de terror –, déjame que te lo explique.
Su voz sonó distorsionada y sentí que él sufría el doble que yo. Elevé la mirada y paralizada recé por ver a Georg y Jannette lo antes posible.
– ¡Selene! –, gritó haciéndome dar un pequeño salto en mi sitio, y con ambas manos colocadas en la boca conteniendo el miedo que habitaba en mí, salió de la penumbra  de la sala y grité al ver su camisa blanca empapada de sangre; reciente, aún húmeda. Sus ojos estaban encharcados en carmín y se deslizaban por sus mejillas uno tras otra sin un fin aparente. Gustav me miraba con la mayor de las amarguras, se veía la tristeza en su rostro aumentada por mí al tenerle miedo,  no supe cómo reaccionar, sólo quería estar lejos de él y estaba dispuesta a huir a donde fuese con tal de alejarme de ese ser, asesino.
– Selene –, musitó. Mis piernas no soportaron seguir mirándole y me derrumbé cayendo pesadamente sobre el suelo –. Puedo explicarlo.
Retrocedí encontrándome con la pared y él descendió velozmente haciéndome gritar. Su cara estaba demasiado pegada a la mía, no quería seguir observando sus ojos  eran horribles: el iris se había derretido como un pedazo de chocolate en el fuego y había bañado la cornea en carmesí, en sangre.
– Vete –, musité llorando. Intentó sujetarme para que no huyese pero huí velozmente hacía la izquierda.
– ¡No! Puedo explicártelo –, me sujetó del brazo y mirándole en una mezcla entre terror y decepción me soltó. No puso resistencia y casi fue él quien me dejó marchar al ver el pánico en mi mirada pero aún así me negaba a mirarle, a compartir si quiera un minuto más a su alrededor y me escabullí escaleras arriba.

– Georg –, musité en la oscuridad del pasillo de la planta superior –, ayúdame.
Mi cuerpo temblaba como una hoja movida por el viento, frágil y fría andaba lloriqueando por el pasillo. En mi mente intentaba dibujar lo que me rodeaba, pero era imposible era tan desconocido que ni con las manos podía saber si tocaba una pared de escayola o una armario de madera. Cualquier murmullo se multiplicaba en la soledad de aquel lugar, si es que estaba sola. Mi temor, mi miedo, el horror  era cada vez más intenso, era tal que había ascendido, tenía olor, forma y sabor; el de la sangre, que hedía también en ésta zona.
– Georg  –, musité. Era lo único que me daba esperanza, verle a él entre la oscuridad y que me abrazara y todo quedase solucionado con su sonrisa amable y cálida y ese momento sería como suprimir todo y olvidar.
Mis manos dejaron de papal aquella superficie y rozaron el aire, la nada. Mi mente funcionaba lenta, retardada, era como despertarse a las cinco de la mañana y quedarse en ese estado entre despierto y dormido, alelada entre ambos en el que balbuceas palabras y luego todo queda en silencio y es cuando te das cuenta de que estas despierta y has olvidado todo lo que decía tu mente.
– Georg –, volví a musitar intentado imaginar que se escondía en aquella habitación. Palpé  la pared y encontré el interruptor, mi mente comenzó a aclararse intentado sujetarse a la idea de que si la luz aparecía podría ver todo mí alrededor. Toqué el interruptor y lo pulsé atemorizada; tuve que parpadear intentando acostumbrarme a la luz, y cuando pude entornar los ojos empecé a ver los azulejos del baño: blancos con un decorado floral en tonos dorados y salmón, y en frente una bañera enorme, la cual arropaba en su agua a Ariza. No era suficientemente grande como para alojar su larga cola rosada y púrpura haciendo que  sus escamas palidecieran en la zona baja de ésta, dejándome ver salpicaduras de piel en las partes en las cuales no llegó el agua y ella en un intento por hidratarse tuviera que mojarlas con sus manos en forma de cuenco llenas de agua.   A pesar de la hermosura de los diamantes que recorrían su parte inferior, nada era tan horrendo como mirarla a los ojos y sentir su mirada mortal que te acuchillaban  como a un desventurado animal en el matadero. En únicamente un segundo me había devuelto la imagen de un chico, porque me negaba a ver su rostro nuevamente en mis recuerdos, con restos de sangre en su camisa. Apagué la luz intentando olvidar su presencia y puestos ya, a olvidarla completamente. Y salí del baño siguiendo por el pasillo en busca de un refugio. En aquel momento rememoré mi estancia en el norte de Vermont cuando a la edad de cuatro años me ocultaba tras las sábanas al escuchar de lejos un sonido que no parecía ser producido por algo, y con la esperanza de ser salvada pasaba minutos bajo ésta. En otro momento me habría reído al recordarlo, pero tras musitar una palabra que no pude ni entender yo misma hallé otro interruptor. Y mi corazón latiendo a mayor velocidad sirvió a su vez de impulso para pulsarlo. Una luz blanca apareció iluminando brevemente las siluetas de los marcos de la puerta y las escaleras tan próximas ahora, y tan lejos cuando tuve que llegar hasta el otro lado, se dibujaban para mí.
– No pensé que fueses a subir aquí –, dijo su voz tan conocida para mí como la de mi propio hermano. No fui capas de hablarle, casi no era capas de escuchar puesto que su voz sonó tan quebradiza y suave como el sonido amortiguado de la lluvia sobre un cristal.
– Debes estar asustada, en tu lugar yo lo estaría.
Sujetó mi mano y me atrajo a una habitación donde la luz no pasaba de un metro  y dentro todo era penumbra. Mi mente pasó de estar levemente activa a permanecer en un silencio retrocediendo nuevamente a la escena de huida de aquel chico. Pero esta vez no intenté poner ningún obstáculo, no huí, me dejé llevar por su voz apaciguada y el casto tacto con su mano. No sé si ese tono le saldría por cansancio o por otro motivo, pero producía un efecto tranquilizador en mí y a pesar de la situación y de saber que Tom era la última persona con la que andaría en la opacidad del cuarto podría acostumbrarme a ese trato de su parte.
La silueta de Bill admirarnos se apreciaba por la luz del pasillo rozar la oscura habitación, pero poco me importaba si estaba o no en lo que fuese a hacer su hermano.
Sentí el dorso de su mano acariciar mi mejilla, sus manos eran tan suaves como el terciopelo y habían cobrado una calidez arropadora distinta a la de Bill cuando por casualidad mi brazo entraba en contacto con el suyo. Era una muñeca de trapo en sus manos y en mi estado no era capas de oponerme sabiendo que nunca permitiría que me tocase. Contemplé a Bill inmóvil a mi izquierda, que contemplaba como su hermano elevaba mi mano hacia sus labios con una pizca de ternura en ello. Besó mi muñeca y llevó sus colmillos hacia mi antebrazo haciéndome sentir un leve daño en éste y provocando que soltase un quejido de dolor. Bill agarró mi mejilla y la llevó hacia su dirección y acariciándome con delicadeza como si pudiese llegar a romperme en sus manos me soltó.
– Debiste quedarte en la planta de abajo –, dijo antes de que sus labios carnosos rozaran los míos suavemente, e introdujera su lengua buscando la mía que respondió inmediatamente, limitándose a juguetear sin violencia ni desenfreno, si no con ternura.
  Nunca hubiera sido capas de hacerlo, nunca imaginé que sintiese algún aprecio semejante a esto por mí y nunca definitivamente le hubiera correspondido. Se separó lentamente despegándose con calma pero con resentimiento, queriendo continuar junto a mis labios entre abiertos y húmedos un tiempo más. Escuché su lengua pasar por sus labios y en un segundo pasó de estar besándome a ladear mi cuello para rasgar la fina capa de piel que cubría mi vena cargada de toda la ferviente sangre que bombeaba mi corazón. Los labios de Tom se separaron de mi mano y treparon como un lince hasta el lado libre de colmillos, en ese momento se colocó  tras mí y pasando sus manos por mi cuello, acariciándolo lánguidamente mordió mi piel engullendo aquel líquido cayena que brotaba incansablemente por las perfectas hendiduras de sus comillos. Ambos sorbían frenéticamente, mientras yo aún con los labios entreabiertos deseaba  que sus labios retornasen a los míos.
– Hazlo otra vez –, susurré sin saber si me llegaría a escuchar. Continuó engullendo un segundo más y cuando se separó de mi garganta las gotas siguieron descendiendo por éste y cuando mis oídos captaron el sonido húmedo de su lengua pasar por sus labios sonreí hacia mis adentros sabiendo que lo volvería a hacer. Sujetó mi mejilla y sentí su aliento perfumado con el aroma a sangre, sus labios y los míos llegaron a rozarse mientras mis ojos comenzaban a cerrarse y todo se nublaba a cada profundo sorbo de Tom que me sujetó con fuerza de la cintura llevándome a mis límites existenciales.
Una luz segadora brotó y la habitación quedó iluminada haciéndome ver manchas blancas a mi alrededor ante la fuerte luz que azotó mi vista acostumbrada a la oscuridad.  El agarre de Tom se hacía menos rudo hasta soltarme por completo a la vez que se alejaba por obra de la voz de Georg. Intenté mirar mí alrededor pero no pude evitar sentir mareo al hacerlo. Sentí que Bill me dejaba, se alejaba de mí hasta salir ambos por la puerta dejándome con Georg en la habitación. No paraba de hablarme, su boca se movía rápidamente pero el sonido nunca llegaba a mis orejas, y aunque lo intentase no era capas de escuchar más de dos palabras, agarró mi mano y yo asentí intuyendo lo que abría dicho.  Pude ver con claridad la estancia, era el dormitorio principal y el color melón de las paredes combinaba con la colcha que antes era de ese color y ahora estaba teñida de rojo, el color que los cadáveres de aquellas dos muchachas habían teñido con su sangre; estaban dispuestas en una posición insultante, extendidas por la cama sin preocupación e imaginé a ambos abandonar sus cuerpos muertos tras robarle toda la sangre soltándolas en aquel lecho ultrajado por un asesinato. Y sólo pensar que abría acabado como ambas consiguió estremecerme enormemente.   Georg tiró de mí, porque me había detenido a contemplar la escena. Me ayudó a bajar los tres primeros peldaños pero mis pies no soportaron más y se derrumbaron  haciéndome sucumbir si no hubiera sido por él, quien estuvo ahí para no dejarme caer por las escaleras. Me sujetó volviendo a ponerme en una posición equilibrada y bajé los escalones a tumbos sujeta a su brazo.  Jannette echaba de la cocida a Robbie y  la chica, pero no había rastro de aquel chico con la camisa ensangrentada. La luz del salón se había vuelto clara y al pasar sentí que tenía que mirar, que tenía que ver a quien pertenecía aquella sangre que manchaba su camisa. Lo primero que dirigí mi vista fue a una manzana salpicada de aquel líquido rojizo, y luego deseé nunca haber mirado porque lo que mis ojos presenciaron fue una escena atroz y desatadora. Aquel chico había tenido su pequeña matanza, los cinco cadáveres no volverían a la vida y aquella gran y profunda hendidura en sus pechos no se llenaría jamás. Y supe qué había hecho pero no quise intuir donde se hallarían sus corazones extirpados acabando en la prematura muerte de aquellas cinco chicas.                       
                                       


9 comentarios:

  1. WOW!! fue increible el capítulo, me encanto por completo!!!
    aunque nunca imagine que gustav fuero capaz de hacer eso! y luego fue tan impactante para selene que se dejo en manos de tom y bill y eso malditos se aprovecharon aun cuando ya se habían alimentado!!! aun sigo en shock por lo ultimo 'en serio les saco los corazones!!!

    Necesito saber que pasara después de esto... Por favor esta vez no tardes tanto en publicar!!!

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  2. ¡No lo puedo creer!

    Tiene q haber besos entre Bill y Selene mas seguido...¡Me encanto ese beso!...

    ¿Entonces Robbie mato junto con la otra chica a las 5?...¡Pense que habia sido Gustav!...

    Casi la matan!

    ¡Pobre!

    Muy bueno...

    Besos!

    S.k

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  3. *__* Muuuy bonito el beso, no sé si romántico o escalofriante, pero fue muuy bueno!

    Espero el próximo con mmuuuchaa impaciencia!!

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  4. Aaaw!! que buen capii, escribe pronto

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  5. muy bueno scribe pronto

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  6. espera... aun sigo consternada por ese final que me dejo ºoº ...
    así que no dudes en es escribir la continuacion! jejeje ya parezco una tirana, pero para el caso...
    que beso mas terrorificamente bello, me gustó mucho jaja

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  7. me encanto el cap. y mas el beso ente selene & bill; D: entonces qien se supone qe mato alas 5 chicas gustav no ?

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  8. Me encanto el capi *0* tu fic es genial....sube pronto el sgte cap plissss...:).

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